A comienzos del siglo XIX, la invasión francesa parece ser que no afectó con hechos notables a la población, salvo los consecuencia del trasiego de tropas y efectos militares así como la sangría de personas y bienes en épocas de guerra. Lugar destacado fue la Virgen de la Sierra como punto de vigilancia y control del territorio.
En el mismo sentido se encuadrarían las guerras Carlistas de la segunda mitad del XIX. En contraste a la unidad patriótica frente al invasor que caracterizó la anterior, a partir del reinado de Fernando VII y una vez superado el antiguo régimen, se generaliza el bipartidismo de Liberales a favor de Isabel II, frente a los Carlistas del pretendiente D. Carlos de Borbón, no siendo ajena Villarroya a estos avatares, todavía recordados al contar con un grueso de la población carlista, de lo que queda abundante recuerdo.
El final del siglo XIX, pese al pesimismo generalizado por los desastres militares de Filipinas, Cuba, Marruecos, ... se caracteriza por un cierto regeneracionismo y desarrollo industrial, que sienta las bases de actuaciones importantes en el siglo siguiente al que llega con una población superior al triple de la actual.
Así pues, de principios del siglo XX y en la memoria de nuestros mayores están, entre otras, las siguientes actuaciones que merecerían un desarrollo en capítulos independientes:
El traslado del cementerio situado en el lateral Sur de la Iglesia Parroquial, a los terrenos del común inmediatos a la ermita de San Blas fuera de la población, que liberó una considerable superficie para espacio de relación (actuales balconcillos), liberando el perímetro de la Iglesia y potenciando usos en edificios municipales como el teatro, hospital de San Marcos o escuelas públicas.
Se derriban los restos de murallas que quedaban del primer recinto defensivo de la torre “del Rey” por la amenaza de ruina, perdiendo la villa parte de la impronta medieval que tenía.
La fábrica de licores y alcoholes derivada del sector vinícola, llevada a cabo por la familia Esteve, originaria de la villa, ocupando para su actividad, una larga franja al Sur de la población, entre la carretera y el río Ribota, cuyos edificios todavía pueden reconocerse siendo el elemento más representativo es la esbelta chimenea de ladrillo fechada en 1921.
La llegada del ferrocarril en el eje Santander-Mediterráneo a final de los años veinte, y que pese a su importancia no se tradujo en especial desarrollo urbanístico a lo largo del antiguo camino de la Estación, en parte por la no terminación de la línea a falta de unos pocos kilómetros, que hubiera unido los puertos de Valencia y Santander, seguramente en detrimento del de Bilbao.
Sea como fuere, la languideciente línea dejó de funcionar a partir de 1985 y con ello las expectativas de desarrollo económico consecuencia de una red de comunicaciones importante.
La terminal remolachera de la azucarera de Terrer en dicho camino y próxima a la estación.
La remodelación del teatro, habida cuenta la gran afición teatral y musical de la villa, configurado al gusto de la época en 1921 sobre la construcción anterior, cuyo nombre lo toma en memoria del periodista y autor teatral villarroyense Juan José Lorente Millán, que debe su mayor fama a los libretos de las zarzuelas La Dolorosa (1921) y Los de Aragón (1927) musicadas por el maestro Serrano.
Los pinares de “La Estación” y “Joaquín Costa” como ejemplos de marcado carácter didáctico y proselitista, llevados a cabo por Perico Aguarón, curioso personaje influido por la corriente regeneracionista en boga de Joaquín Costa.
La consolidación y desarrollo de la Unión Musical Villarroyense (fundada en 1845) con el quiosco al efecto de 1929 dentro de la estética del modernismo final.
El frontón en el plano deportivo tradicional.
O la Cooperativa vinícola “Virgen de la Sierra” en los años 50, como el más importante motor económico en base a la principal producción agrícola de la población.