A partir del 711, la rápida dominación de la península llegó al territorio de lo que después sería Aragón, entre los años 714 y 721, llevando consigo una serie de fundaciones y refundaciones de poblaciones, entre las que se encuentra Calatayud, como plaza fuerte de control de una amplia y rica zona, de cara a la expansión de los nuevos pobladores en la misma.
De ello no escaparía un asentamiento musulmán al borde del río Ribota correspondiente a Villarroya, dada la explotación generalizada del territorio llevada a cabo frente a la decadencia del periodo visigodo anterior, atestiguando un pasado musulmán claro, pese a no aparecer en ninguno de los censos bajomedievales con población morisca: el aprovechamiento y cultivo del territorio con toda la red hídrica de acequias, incluido el “Estanque” aguas arriba del Ribota, utilizando, mejorando y ampliando las infraestructuras preexistentes de épocas anteriores; el sistema de reparto de las aguas mediante “ajalbes”; los sistemas constructivos de ladrillo, adobe y tapial en base a la abundante arcilla del terreno con productos manufacturados como la alfarería y tejerías, de larga y antigua tradición; así como la impronta urbanística en último extremo, reflejada en el trazado viario de sus calles, barrios y zonas, como por ejemplo la “Dula” (nombre de origen árabe correspondiente al terreno comunal donde se echaban a pastar los ganados de los vecinos).
Pero es a partir de la reconquista cristiana iniciada por el joven reino de Aragón, que llega a esta zona a partir de 1120 con la caída de Calatayud y consecuentemente toda la cuenca del Jalón, a la que se le otorga fuero de repoblación en 1131, cuando conocemos más datos del devenir histórico de la villa y podemos ir imaginándola en su transformación.